Sede Canónica

Iglesia de San Bartolomé


Los orígenes de la Ermita de San Bartolomé son algo enigmáticos. El propio edificio presenta una extraña orientación al norte, que se pone en relación con su posible uso como hospital medieval, regentado por la orden franciscana, como podrían atestiguar las pinturas murales aparecidas tras el retablo mayor en la Guerra Civil, así como la cercanía con el hospicio que los Franciscanos de San Francisco del Monte tenían en nuestro pueblo, justo donde siglos después trasladarían su convento (en la calle de San Francisco o del Convento, que antes de que las casas le dieran su configuración actual de calle, estaba unida al amplio prado o llano, donde hoy se ubica la plaza principal del pueblo, denominada precisamente del Llano).


En cuanto a la advocación de San Bartolomé, está la hipótesis de que podría estar vinculada al Arzobispo Diego de Anaya, que lo fue de Sevilla, en aquel tiempo en que nuestro pueblo era Señorío de los Arzobispos, donde tenían palacio. Éste, precisamente, falleció aquí en 1437, en el antiguo Castillo; Diego de Anaya fue muy devoto de San Bartolomé, mandando levantar capillas y hospitales con el nombre del Apóstol, la más célebre en la Catedral Vieja de Salamanca, su ciudad natal, en donde reposan sus restos. Así nos encontramos con una ermita a extramuros de la población de finales del siglo XV con la advocación de San Bartolomé y vinculada a los franciscanos, en la cual se instaura en época remota (finales del XV-principios del XVI) el culto y la cofradía de la Santa y Vera Cruz, devoción que difunden los franciscanos y que daría lugar a la primera cofradía de penitencia de Cantillana, hoy extinguida. Sabemos que, en la primera mitad del siglo XVII, durante las obras del templo parroquial, sirvió de sede provisional de ésta, describiéndose en 1679 como “de tres naves y tiene dos puertas, al sur y al poniente”. En 1730 estaba a cargo de la cofradía de la Vera Cruz, siendo atendida además por un santero.

En este templo, entonces a extramuros de la villa, quedó establecida en el siglo XVII la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, residiendo ininterrumpidamente en este, y ocupando al menos desde el siglo XVIII la capilla de la cabecera de la nave de la epístola, donde sigue recibiendo culto actualmente la imagen del Señor.

A falta de documentos, la propia estructura arquitectónica del edificio nos revela que su construcción debió realizarse en momento muy avanzado de la Baja Edad Media. En planta el edificio presenta disposición basilical, formada por tres naves divididas en cinco tramos, terminadas en testero plano y separadas entre sí por medio de arcos apuntados apeados sobre columnas de ladrillo. Las cubiertas son techumbres de madera, dispuestas en forma de artesa en la central y de colgadizo en las laterales.

Los exteriores están intensamente transformados, destacando la portada principal del siglo XVIII, situada en la fachada de los pies y compuesta por un vano adintelado entre pilastras que soportan un frontón curvo y roto. Sobre las vertientes de la cubierta se levanta una espadaña también dieciochesca de un solo cuerpo, unida mediante aletones a la portada y construida por un arco de medio punto entre pilastras que soporta un frontón triangular.

Aunque este esquema se ajusta, en líneas generales, al modelo gótico-mudéjar imperante en la arquitectura religiosa medieval en el Valle del Guadalquivir, el templo que nos ocupa presenta algunas peculiaridades que han llamado la atención de la crítica histórico-artística como la orientación o la disposición de la cabecera en testero plano, sin sobresalir el presbiterio, hecho que apunta a una fecha tardía, en la que ya están pasando de moda los ábsides poligonales cubiertos por bóvedas de crucería gótica, anunciando la proximidad del Renacimiento.


En cuanto al patrimonio artístico albergado en esta iglesia de San Bartolomé, hay que señalar que se vio afectado por los sucesos de 1936. En el siglo XIX contenía, aparte del retablo mayor con las imágenes del Santísimo Cristo de la Vera-Cruz y San Bartolomé, los retablos de Nuestra Señora del Consuelo, Nuestro Padre Jesús Nazareno y San Juan Evangelista. Afortunadamente durante la Guerra Civil pudieron salvarse las imágenes de la Virgen del Consuelo y Nuestro Padre Jesús.

En la cabecera permanecen ocultas unas interesantísimas pinturas al fresco, fechadas en torno a 1500. Las hay superpuestas, de dos épocas distintas: las más antiguas se pueden fechar en torno a la construcción de este templo en el siglo XV, aparecen a los lados de la hornacina central dos personajes con túnicas, arrodillados, que parecen ser San Francisco de Asís y otro santo, posiblemente Santo Domingo de Guzmán. Sobre estas pinturas hay otras más recientes, del siglo XVI que muestran en la parte superior el leño verde de la Vera+Cruz adorado por una pareja de ángeles, el primer testimonio de la devoción a la Vera-Cruz en Cantillana, y los escudos de las Cinco Llagas, poniendo de manifiesto los orígenes franciscanos de la capilla. Actualmente en dicho lugar recibe culto Nuestra Señora de la Asunción y en la parte superior el apóstol San Bartolomé.

En la cabecera de la nave del evangelio encontramos la bellísima imagen de Nuestra Señora del Consuelo acompañada de San Juan Evangelista, imágenes del siglo XVIII atribuidas a Benito Hita del Castillo. En la misma nave encontramos varios lienzos destacando una Magdalena penitente y una pintura de Santa Catalina de Alejandría, del siglo XVIII.

En la capilla de la cabecera de la nave de la epístola se encuentra Nuestro Padre Jesús Nazareno, esta capilla destaca por las interesantes pinturas que decoran su bóveda de temática alusiva a Nuestro Padre Jesús. Fechadas estas en el siglo XVIII.